A few weeks ago, I had a conversation with one of my good friends who told me that the gym was his form of meditation, and it's not the first time I've heard someone say that. I'm sure you've also heard it at some point. This statement sparked an interesting debate about the commonalities between meditation and exercise from a neurochemical perspective. While there are certainly many more variables to consider, this conversation caught my attention, prompting me to begin researching the substances we generate during each of these practices. Although it's a low-level study, as I'm by no means a neuroscientist, I found it to be an intriguing investigation to share.

Hace unas semanas tuve una conversación con uno de mis buenos amigos en la que me decía que el gimnasio era su forma de meditación, y no es la primera vez que he escuchado a alguien decir algo así. Estoy segura de que vosotros también lo habéis escuchado en algún momento.

Esta afirmación abrió un debate muy interesante sobre qué puntos en común tiene la meditación y el entrenamiento desde un punto de vista neuroquímico. Aunque es cierto que seguramente hay muchas más variables a tener en cuenta, esta conversación me llamó la atención y decidí comenzar una investigación sobre las sustancias que generamos en cada una de estas prácticas. Si bien se trata de un estudio de bajo nivel, ya que no soy ni mucho menos neurocientífica, me ha parecido una investigación interesante para compartir.

When we delve into the realm of meditation, the conversation inevitably turns to breathing. Often, I'm asked about the relationship between these practices, sometimes with a hint of skepticism:

"Can breathing really solve everything?"